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Yo estuve allí

Faltaban unos pocos días para mi cumpleaños número catorce, terminaba mi segundo año en el Liceo N.º 11 del Cerro, “Bruno Mauricio de Zabala”, trabajaba en una farmacia a la vuelta de casa en el Casabó, la única, donde los empleados eramos medio “dotores” con las y los vecinos, donde aprendí a pedir preservativos sin ponerme colorado, como la mayoría de los vecinos que allí compraban, donde aprendí muchísimo sobre las drogas de cada uno de los medicamentos porque recuerdo pasar horas leyendo prospectos. Y también fue allí donde tuve mis primeros aportes ante el Banco de Previsión Social. En fin: los jazmines de la cuadra comenzaban a tirar pimpollos y eso era la inequívoca señal de que se venía el fin de año, la juntada de la familia y un asado para compartir.

Debo decir que los relatos autoreferenciales son cosa algo extraña para este simple mortal. También decir que soy de aquellos que siempre recojen el guante; por eso es que cuando leía un “qué lindo que lo escriberas para que todes lo pudiéramos leer”, como respuesta en Twitter a mi “fui una de las 400.000 personas que el 27 de noviembre de 1983 estuvo allí” (en alusión al acto que pasara a la historia como “Un río de Libertad”), casi como impulsado por un resorte salté a mi teclado. No espere mas que el relato de los recuerdos que aparecen, seguramente mezclados con muchas otras cosas leídas y vividas a lo largo de mi andar por el mundo, en mi memoria y que van directo a los dedos y el teclado. Si espera un analisis histórico o geopolítico en este artículo, le invito a dejar de leerlo ahora mismo.

Como decía antes: estudiaba en el liceo del Cerro, de familia de laburantes, el viejo y la vieja en lo que sería (¿o ya era?) el BPS pero que antes eran trabajadores de Asignaciones Familiares. El viejo también en esa época tenía un segundo laburo como guarda de ómnibus en la desaparecida COTSUR. Con dos laburos debía ingeniarmelas para verlo. Llamaba a COTSUR, consultaba por donde le tocaba trabajar al coche 97 y me tiraba hasta el sitio mas cercano, tomaba el ómnibus (aquellos Leyland de plataforma, los de mas de 40 años seguro los recuerdan) y me pasaba al menos un viaje conversando con mi padre. Aprendí a hacer los paquetes de monedas que hacían en papel los guardas parados o sentados y con el omnibus en movimiento. Creo que por momentos me imaginaba laburando en el lugar que en algún momento dejaría el viejo. Poco o nada se hablaba de política en mi casa: era plena dictadura y sin dudas los viejos intentaban proteger a sus hijos sin hablar mucho. Sin embargo la “consciencia cívica” se iba metiendo en la piel. En 1980 acompañé al viejo a votar en el plebiscito donde la dictadura cívico militar intentaba legitimarse. Y sin dudas escuché todo lo que pude de ese acto cívico. Algo de radio con esa voz inigualable de Germán Araujo en “CX 30 La Radio”, el semanario Opinar (creo recordar que su director era Enrique Tarigo, posteriormente vice presidente en 1985 junto a Julio María Sanguinetti). Luego llegó el turno de las elecciones internas con proscriptos de 1982 y algo que me daba gracia: las listas todas eran de tres letras (ACF – “Adelante Con Fe” del Partido Nacional o BCH de la “Corriente Ballista Independiente” del Partido Colorado). Era importante ir a votar, estaba la opción del voto en blancon en rechazo a lo que sucedía y por una elección con proscriptos, pero sabía que era importante participar. Seguramente había que mostrarle a la dictadura que el pueblo no los quería.

Desde comienzo de mi periplo por secundaria me tocaron compañeras y compañeros que en su mayoría recuerdo con cariño. Uno de ellos, medio petizo, flaco, peludo, de hablar poco pero de decir mucho, de mi edad, era Adolfo Wasem. Era el “fito” para todos, nos juntábamos en su casa, en la zona donde es hoy la terminal de ómnibuses del Cerro. Un dia supe que su papá estaba preso. También que estaba enfermo y que la dictadura no se ocupaba de su salud. Un tipo que, según sabía, tenía la misma edad que mi viejo. Luego supe que era uno de los rehenes de la dictadura y que luego de una huelga de hambre, muere un año despues del “Río de Libertad” y a poquito del retorno de la democracia. Tupamaro, estudiante de Derecho, trabajador de la Fundación de Cultura Universitaria y uno de los nueve rehenes que tuvo la dictadura.
Ya llevo como cinco párrafos y ni una frase referida al “Río de Libertad”. Suelo irme por las ramas, como dice el Corto Buscaglia en “Cuento Machalá” de “Canciones para no dormir la Siesta”.
Lo cierto es que salir desde el Casabó hasta el Parque Batlle un domingo a mediodía no era cosa sencilla: había que tomar un ómnibus al Cerro para luego tomar el 163 que era el que nos arrimaba al Obelisco. Todo eso llevó como dos horas, en familia, los viejos y la prole fuimos juntos. Hacía calor, se caminaba con dificultad entre una multitud de gente, nunca había caminado entre tanta gente, tampoco haber visto tanta emoción en los rostros de la gente a la que miraba. Si algo me consta que hice desde muy pequeño fue mirar a la gente, su rostro, su expresión, lo que dice sin hablar. No se si era desde el colectivo o desde los viejos, pero también se sentía tensión, nerviosismo mezclado con mucha alegría en esa cosa que imagino era el sentir que la dictadura se iba a acabar. Y con ella volverían al país todos los amigos de la familia que estaban desparramados por el mundo, exiliados o los que luego supe estaban presos. Allí escuché canciones que no había escuchado pero que hacían parar los pelos. “Libertad, libertad, sin ira libertad, guárdate tu miedo y tu ira porque hay libertad, sin ira libertad, y si no la hay, sin duda la habrá” se me quedó pegado. Lo cierto es que, no puedo recordar con exactitud, encontramos un espacio contra un murito bajo frondosos arboles a no se cuántas cuadras de donde estaba el estrado. Solo esuchábamos, nunca pude ver el estrado sino hasta que algún material fotográfico se publicara. Y sin dudas la contratapa del semanario “Aquí” que recorté, puse unas maderitas y encuadré para que estuviese colgado por muchos años en la pered de la casa de los viejos y luego en la mia. Me impresionó tanto que pocos años después recuerdo haber investigado que había tras esa foto. Allí me enteré que el ojo fue de José “Pepe” Plá y la forma en que había logrado: a las apuradas, en una azotea de un edificio plagado de policías y militares, creo que por algún lugar leí declaraciones del Pepe que señala que uno de quienes estaba en esa azotea (a la que había llegado tocando timbre a una vecina, al azar) era el propio Jefe de Policía de Montevideo y varios agentes de la dictadura, con equipos fotográficos para “fichar” gente. Mientras escribo esto pienso: ¿habrá sido el comienzo de mi pasión por la fotografía y el fotoperiodismo?

Dos de las cosas mas fuertes que recuerdo de ese momento: los miles que allí estabamos cantando el Himno Nacional: allí aprendí que “tiranos temblad” se cantaba gritando! Cosa que luego hice por muchos años, porque los tiranos siguieron y aún siguen entre nosotros. El comienzo de la oratoria fue muy fuerte: por los parlantes en los árboles, de aquellos que eran como un cono de metal, los que se colgaban en las esquinas o para poner música en un baile (los conocía porque papá junto a un vecino y amigo, el “petizo” Alfredo, organizaban en el Club Holanda lo que mucha gente conocía en los años ochenta con un slogan “Tiembla el Cerro, baila el Holanda” y un servidor los acompañaba desde los nueve o diez años cuando colgaban de esos parlantes en el club o en alguna esquina donde se hacía alguna propaganda). Era una voz grave, inmensa, te hacía temblar las piernas. Me contaron que ese señor era Alberto Candeau actor y director de la Comedia Nacional y de “El Galpón”. Con trece años ya podía comprender el simbolismo de estar haciendo ese acto en el Obelisco de los Constituyentes de 1830 en tanto derrocar la dictadura y reinstaurar la Democracia en Uruguay, sería como una nueva fundación del país. Los aplausos eran atronadores y hacían que Candeau hiciera pausas muy seguido. El “viva la Patria!, viva la libertad!, via la república!” y la caida en la voz para rematar con un “¡Viva la Democracia!” bien arriba, me para los pelos cada vez que lo vuelvo a escuchar o que simplemente lo hago pasar por mi recuerdo. No se cuándo ni como volvimos. Pero sin dudas dejó una huella imborrable y un compromiso que se manifestó en 1984 retomando los intentos de “huelga de vaquero” en el liceo (nos obligaban a ir con un pantalón gris, camisa celeste y corbatita roja) y luego la militancia estudiantil “legal” desde 1985 mas el resto de las causas sociales y políticas que hemos intentado acompañar en estos años de militancia.

No dudo que el relato pueda tener errores históricos, pueda estar “contaminado” con las vivencias, lecturas e investigaciones que fui haciendo en los cuarenta años que separan aquel momento con el día de hoy, decirles para finalizar que fue mucho mas que una sesión de terapia, que se movieron energías, pensamientos y sentimientos muy grandes, espero que alguna de esas fibras hayan tocado a quien llegó hasta aquí en este relato. Muchas y muchos de aquellos mas de 400.000 no están con nostoros físicamente, muchos de las y los presos políticos, exiliados, proscriptos aún esperan del Estado uruguayo la verdad, que el Estado asuma la responsabilidad institucional que le corresponde por la dictadura cívico militar de 1973 a 1985, del terrorismo de Estado. Quedan pocas madres vivas de las tantas que aún no saben la verdad sobre sus hijas e hijos, quedan muchas hijas, hijos, amigos, compañeras, que nadie les dijo que pasó. Ese río de libertad, cual vena abierta entre los árboles del Parque Batlle es tal vez hoy una vena abierta que tenemos en Uruguay como sociedad y que, como sociedad, no podemos parar de luchar para cerrarla.